Aquí estoy, pues en medio del camino, después de veinte años
-años en buena parte malgastados, los años de l'entre deux guerrex-
tratando de aprender a emplear las palabras, y cada intento
pues uno sólo aprende a extraer lo mejor de las palabras
atento a lo que ya no pretende decir,
o al modo en que ya no quiere decirlo. Y así cada salida,
es un nuevo principio, una incursión en lo inarticulado
con equipos raídos, en terco deterioro,
hundidos en el caos de una errada sentimentalidad,
entre indisciplinas patrullas de emoción. Y cuanto se ha de conquistar
a fuerza de trabajo y obediencia, ha sido descubierto de antemano,
en una o dos o varias ocasiones, por hombres
que no esperamos emular...Pero no hay competencia,
sí una lucha por recobrar lo perdido
y encontrado y perdido tantas veces: y ahora en condiciones
que parecen adversas. Aunque quizá no haya perdida ni ganancia.
Lo nuestro es intentarlo. Lo demás no ha de incumbirnos.
En el hogar está el comienzo. Con los años,
el mundo se nos vuelve más ajeno, más ardua
la pauta de los vivos y los muertos.
No el instante intenso y solitario, sin antes ni después,
sino la vida entera ardiendo en cada instante
y no la vida de un solo hombre
sino de viejas piedras indescifrables.
Hay un tiempo para la noche bajo la luz de las estrellas,
y otro para la noche a la luz de la lámpara
(la noche con el albúm de fotos).
El amor alienta más plenamente
cuando el aquí y el ahora dejan de preocuparnos.
Los viejos debieran ser exploradores
aquí o allá no importa
debemos estar quietos y no obstante movernos
hacia una intensidad distinta
en busca de una unión más limpia, una más honda comunión,
por el oscuro frío y la desolación desierta,
donde el grito del viento y de las olas, en las inmensas aguas
del petrel y la marsopa. En mi fin está mi principio.
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